Como tenía que ser. Como si hubiera estado planificado desde el principio.
Ahora miro hacia atrás y veo la línea perfecta trazada desde el comienzo hasta aquí. Tantos años dándome de cabezazos con la vida, golpeándome contra cada esquina que encontraba. Tanta ansiedad e incertidumbre inútil. Cuando al final el trayecto ha sido como el de las bolas de las atracciones que gravitan inevitablemente hacia un punto mientras tu anhelas que alcance la máxima puntuación.
Comencé en el exilio con los veteranos, con aquellos que todos decían que habían perdido el tren, pero no se rendían y que decidieron volver a la mazmorra para llegar a más.
Seguí con las promesas, los que se iban a comer el mundo, los reclusos más díscolos, los que estaban esperando tan sólo una excusa para enfrentarse al sistema.
Y el Hotel Mazmorra, donde empecé a escribir estos diarios.
Después me fui con los niños, donde empieza el adoctrinamiento, la base del sistema represivo mazmorrero.
Para alcanzar mi máximo desarrollo con las crías, intentando sacar un ápice de libertad de sus límpidos e impolutos cerebros.
Pero era lógico al final tenía que terminar en la auténtica mazmorra. En la que están los deshauciados. Aquellos a los que esquivamos con la mirada cuando andamos por la calle. Aquellos que persiguen en sus pesadillas a las mujeres embarazadas mientras rezan "el mío no, el mío va a ser normal". Aquellos a los que tenemos lástima, pero que en el fondo nos producen un rechazo y miedo profundo. Una especie de protección instintiva, basada en que todo puede ser contagioso.
Sin embargo, aquí es donde debo estar. Creo que siempre he querido estar aquí, con las mejores personas del mundo. Los intocables.